Privilegios de un buen cachorro by Anyell
Como tantas veces había hecho en aquellos veinte minutos, presioné mi pie libre sobre su miembro, sintiendo enteramente su erección que se había mantenido durante todo ese tiempo. Sus manos detuvieron durante un segundo el masaje que me daba y, luego, continuaron su trabajo.
Tener a mi cachorro masajeándome los pies durante un buen rato mientras miraba el móvil y lo “ignoraba”, era de las cosas que, aunque no me resultaran especialmente excitantes, sí me hacían sentirme cómoda y relajada.
-Sigo sin comprender qué es lo que os gusta tanto de esto. – Añadí en voz alta mientras movía mi pie.
-Sus pies son hermosos, Ama. Cualquiera estaría más que dispuesto a caer ante ellos. –
Le lancé una mirada de seriedad antes de volver a mirar la pantalla de mi móvil. Aunque me gustaba la adoración, no me gustaba que me hicieran la pelota. Parece que debió de darse cuenta de que le ignoraría si no me respondía más objetivamente porque, mientras pasaba una de sus manos sobre mi empeine, continuó hablando.
-Es un fetiche. Simplemente, sentimos excitación hacia esto. Personalmente, no lo controlo. Pero supongo que, en algunos casos, también es por la humillación que supone estar a los pies de alguien y ser pisado por ella. –
Al notar que la presión que ejercía en su masaje había disminuido, aparté ligeramente mi teléfono para poder mirarle. Sus ojos se habían quedado clavados en mi pie y parecía sentir cierto deseo por reaccionar. Levanté mi pierna y coloqué la planta de mi pie justo frente a su cara. Me miró sorprendido y esperando a que le diera permiso.
-Lame. – Ordené.
Inmediatamente y sin pensarlo, pasó su lengua por mi piel. Dio una larga lamida, despacio y disfrutando de ello por si sería la única. Sin embargo, una vez terminó, metí mis dedos en su boca. Comenzó a chuparlos con mucho entusiasmo. Su rostro no podía expresar más alegría y excitación a la vez. Entonces, lo aparté de él. Me hizo un breve puchero al darse cuenta de que no iba a volver a disfrutar de aquello hasta dentro de mucho.
-¿Tienes tus esposas? – Pregunté.
Él asintió enérgico, pero no llegó a moverse.
-Tráelas. –
Inmediatamente, se levantó y fue a buscarlas. Mientras tanto, yo me tumbé boca abajo en la cama mientras continuaba mirando el móvil. Tenía que irme en veinte minutos así que tenía tiempo de sobra para jugar un rato. Hacía tanto que no nos veíamos que, la verdad, me gustaría recompensarle por la castidad que había mantenido con la ausencia de un CB. Me había demostrado la fuerza de voluntad que podía llegar a tener solo por mí.
Observé a mi cachorro entrar en la habitación con una mochila. La colocó sobre mi trasero y comenzó a rebuscar en ella. Cualquier otro día, estando en una sesión como en ese momento, le habría caído una buena bronca; sin embargo, estaba de muy buen humor por haber vuelto a verle después de más de dos meses sin contacto físico con él. Sacó las esposas y las colocó con cuidado sobre mi espalda junto con su cadena mientras aún continuaba cotilleando alguna red social, fingiendo que le ignoraba por completo. Luego, dejó la bolsa en el suelo y retiró las esposas de mi espalda antes de tumbarse sobre mí para llamar mi atención. Dejó las esposas frente a mí antes de colocar sus manos a mis costados. Como vio que continuaba sin hacerle caso, presionó sus caderas contra mí para provocarme. Obviamente, funcionó.
-¿Te gusta? ¿Te gusta restregar tu miembro contra mi trasero? – Le pregunté con una sonrisa en mi rostro mientras soltaba el móvil antes de acariciar su mejilla.
Él asintió y me plantó un beso en el cuello.
-Pues hazlo. – Dije aun sonriendo.
Tardó unos segundos en procesar la orden porque, al principio no se movió. Sin embargo, al poco empezó a restregar su miembro contra mí, produciéndose una sensación de placer que sería suficiente para provocarle, pero ni de lejos para saciarle. Únicamente le dejaría con ganas de más.
Cuando me apeteció, le paré con mi mano y le hice incorporarse para que pudiera girarme y ponerme boca arriba sin tener que quitarle de encima. Busqué las esposas y empecé a desabrocharlas sin mirar a mi cachorrito que, ahora se encontraba de rodillas sobre mí. Sin embargo, sí que pude notar su sonrisa sin tener que verle.
-¿Qué pasa? – Le pregunté mientras desabrochaba la otra esposa.
-Estoy encima. ¡Ahora tengo el poder! – Añadió con un tono burlón mientras hacía una pose que solían hacer los chicos en el gimnasio para mostrar sus músculos.
Inmediatamente, dejé de desabrochar la esposa y esperé un segundo para que se retractase. Sin embargo, aún continuaba con su sonrisa y su pose así que golpeé sus huevos desde mi posición sin ningún problema. El ruido retumbó por la habitación y mi cachorro se inclinó debido al dolor.
-Era broma, Ama. Solo era una broma. – Dijo aún sonriendo, sabiendo que yo lo sabía y que también me hacía gracia la situación.
De todas maneras, no podía desaprovechar la oportunidad de demostrarle que, fuera cual fuera mi estado o mi posición, seguía teniendo absolutamente todo el control sobre él. Estiré la esposa y no necesité decirle que me diera su muñeca ya que me la ofreció al verme. Una vez abrochada la primera, continué con la otra. Luego, las encadené y tiré de ella, haciendo que sus manos se movieran a su mismo son.
-Boca arriba. – Le ordené.
Levantó una de sus piernas y se apartó para que pudiera levantarme. Seguidamente, se tumbó siguiendo mi orden e, inconscientemente, puso sus manos sobre su cabeza.
Me puse sobre él y me incliné hasta sujetar sus brazos con los míos. Clavé mis ojos en los suyos mientras pensaba qué era exactamente lo que quería hacerle. Y, de repente, evitó mi mirada. Ladeé mi cabeza sabiendo a qué se debía.
-¿Te intimido? – Pregunté buscando sus ojos que seguían huyendo.
Asintió tímidamente.
-Me gustan mucho tus ojos. ¿Por qué no me miras? – Añadí sonriendo mientras agarraba su rostro con una mano para que no pudiera evitarme pero, aun así, lo conseguía.
Lo cierto era que adoraba aquella sensación. No había nada como ser capaz de controlar a una persona con una sola mirada.
-Me siento intimidado por ti, Ama. –
-¿Por qué? –
-Tu mirada me intimida. – Respondió.
Sonreí antes de plantar un breve beso en sus labios. Luego, mordí su cuello varias veces mientras pasaba mis manos por su torso desnudo. Coloqué mis piernas entre las suyas y continué haciendo un muy largo camino de besos, mordiscos y lametones por su pecho. Una vez llegué a su abdomen, clavé mis uñas con fuerza y recorrí sus costados, dejándole unas lindas marcas. Me había dejado crecer las uñas especialmente para este día. Hacía tanto que no arañaba a nadie que lo echaba muchísimo de menos y sentí saciar cierta parte de mí, aunque no del todo.
Entonces, empecé a besar su entrepierna mientras su cuerpo se estremecía. A esas alturas, él ya sabía perfectamente qué era lo que iba a hacer. Sin embargo, iba a hacerle sufrir y hacerlo lo más despacio que pudiera.
Besé la base de su miembro, mordí la piel de su pene y comencé a lamerlo. Cuando descubrí que ya no me quedaba nada más que poder besar, morder o lamer, introduje su miembro en mi boca. Sentí su cuerpo retorcerse de placer.
Al poco, me incorporé y le miré. Obviamente, mi cachorrito quería más, pero era buen chico y sabía que no debía suplicarme por eso. ¿Suplicar por tortura? Claro. ¿Suplicar por pies? Está bien. ¿Pero suplicar porque su Ama le hiciera una mamada? Sabía que nunca debía suplicar por ello si no quería que me enojara.
Golpeé ligeramente sus bolas unas cuantas veces. A su vez, su miembro reaccionaba a ello, tensándose brevemente y demostrándome que le excitaba.
De nuevo, me incliné y pasé mi lengua por su pene antes de introducirlo en mi boca. Usé mi mano para ayudarme mientras subía y bajaba, acariciando con mi lengua la parte más sensible de su miembro.
-Woof. – Escuché de repente.
Inmediatamente, paré. Mi cachorro tenía como orden ladrar si sentía que iba a llegar al orgasmo. No contaba que fuera a ser tan rápido, pero habiendo estado en castidad y sin poder verme durante tanto tiempo, era algo más que normal.
Clavé mi mirada sobre él y fruncí el ceño al ver sus manos sobre su tripa.
-Brazos arriba. – Ordené.
Inmediatamente, obedeció. Entonces, al ver su piel, se me hizo imposible clavar mis uñas en él y arañarle hasta dejarle aquellas lindas marcas que tanto me gustaban. De nuevo, golpeé sus bolas. Esta vez, lo hice más veces. Y volví a introducir su miembro en mi boca, sintiendo cómo se retorcía y escuchando sus gemidos.
-Woof. – Escuché.
Sin embargo, no paré.
-Woof. Woof. ¡Woof! – Continuó ladrando como si me suplicara que me detuviera.
Hice caso omiso de los ladridos de mi perro y continué, sabiendo que seguiría escuchando su voz, mezclados con gemidos. Y, por fin, sentí cómo su miembro comenzaba a palpitar y cómo su semen se adentraba en mi boca. Una vez dejó de retorcerse, retiré su miembro, con cuidado de no desperdiciar ninguna gota.
De repente, mi cachorro se dio cuenta de que tenía su semen y se lanzó corriendo a la mesita que había junto a su cama en busca de un pañuelo pero, para cuando me lo ofreció, ya me lo había tragado. Abrió sus ojos sorprendido sin comprender por qué lo había hecho.
-Pero… – Esbozó.
Inmediatamente, dejó caer el pañuelo y se tapó la cara con las manos avergonzado. No pude evitar sonreír. Era tan adorable a mis ojos en aquel momento.
-¿Qué te pasa, cachorrito? –
-… a ti no te gusta. – Dijo sin dejar todavía que pudiera ver su rostro sumido en la vergüenza.
Continué sonriendo, sintiendo mucha ternura hacia él y su actitud.
-¿No vas a darme las gracias? – Pregunté para que se diera cuenta.
-¿Eh?-
Tardó unos segundos en procesar lo que le acababa de decir pero, una vez consiguió hacerlo, se incorporó y, sin querer mirarme a los ojos, dijo:
-¡Muchísimas, muchísimas, muchísimas gracias, mi Ama! –
Asentí orgullosa pues él sentía absolutamente aquel agradecimiento que me había dado en lo más profundo de su interior.
-Bien. Voy a lavarme. Ahora vuelvo. – Le informé antes de levantarme e ir al baño.
Allí me lavé hasta sentir que me había quitado el sabor a semen y volví al cuarto. Una vez crucé la puerta, observé a mi sumiso sentado en la cama con las esposas aún puestas. En cuanto se dio cuenta de que había entrado, alzó su mirada hacia mí.
-Ama… ¿qué me has hecho hoy? – Preguntó extrañado.
Nuestras sesiones no solían ser tan suaves, sin apenas nada de dolor, y debía de haberle sorprendido mi comportamiento. Seguramente, se esperaba una sesión de sadismo.
-Me has dado muchísimo placer. – Continuó diciendo.
-Simplemente, he hecho lo que me ha dado la gana. Hemos tenido una sesión más hedonista. ¿Te parece mal, cachorrito? –
Sacudió su cabeza enérgicamente.
-Muchas gracias, Ama. –
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