Feet & Strap by vacio333
Hace unos meses, no me habría imaginado que a día de hoy me encontraría desnudo y de rodillas ante Victoria, la chica con la que llevo fantaseando desde primero de carrea. Todavía recuerdo cómo aquel lluvioso martes de Abril, en clase de Memoria, le dejé prestada la tarea sin caer en la cuenta de que, en un extremo de la última página, había dejado escrito el título del próximo manga de temática “Foot Fetish” que iba a leer. Tras revelarle accidentalmente mi secreto, una cosa llevó a la otra y…
—Chucho inútil, cuéntame cómo te sientes después de llevar puesta tu caja de castidad por cuarto día consecutivo. —Me demanda mi ama Victoria sentada desde su cómodo sillón color café oscuro, mientras estira su pie derecho para alcanzarme y estrujarlo en repetidas ocasiones contra mi cara.
La fricción de su desgastada media con mi rostro, sumado al intenso olor de un pie que ha pasado todo el día encerrado en una ajustada bota de cuero, me excita tanto que obliga a la caja de castidad tengo puesta a cumplir con su función de negarme cruelmente cualquier erección.
—Para serle sincero, mi Ama, es muy incómoda, sobretodo durante las noches, ya que el dolor a duras penas me permite descansar. —Confieso sintiendo impotente cómo la excitación me pasa factura.
— ¿No me digas? Esa es la finalidad, chucho quejica. —Me contesta con desprecio, retirando su pie de mi cara para comenzar a quitarse las medias.
Como si se tratase de un «deja vi», me anticipo a lo que se avecina agachando sumisamente la cabeza, expresando, a mi modo, que estoy completamente a su merced.
— ¡Haz lo de siempre! —Ordena imperante acercándome nuevamente el mismo pie.
Al percibir cómo los dedos de su pie arremeten contra mis labios, inhalo fervientemente su embriagador aroma al tiempo que les dejo adentrarse en el interior de mi ansiosa boca sin oponer resistencia.
—He estado pensando en que como no te meta caña, terminarás convirtiéndote en una mascota cómoda y perezosa. Y eso no lo voy a permitir, porque una mascota es el reflejo de su amo. —Comenta en un tono más serio de lo normal.
Captando el cambio de voz, levanto ligeramente la cabeza, viendo lleno de curiosidad cómo su mirada se va dispersando poco a poco después de haberse enfocado en algún punto en concreto del lluvioso paisaje silvestre que se encuentra tras la gigante ventana del salón.
Sin parar de saborear el exquisito manjar que tengo en el paladar, admiro embobado su figura, no siendo capaz de evitar sentirme insignificante ante su simple presencia.
Pese a que en un primer momento acepté ser su mascota creyendo que sería solo un juego, juego en el que podría tener la oportunidad de pasar más tiempo a su lado y satisfacer mi secreta pasión por los pies, ahora no me planteo vivir otro estilo de vida que no conlleve usar mi collar a diario junto a apretados grilletes y pesadas cadenas, sin dejar de lado las exageradas dosis de dolorosos castigos y humillaciones.
— ¡Quieto ahí! — Salta incorporándose de una, sacando torpemente de mi ocupada boca la única parte de su cuerpo, que hasta la fecha, me ha permitido degustar.
En un abrir y cerrar de ojos, el atlético cuerpo de mi ama desaparece caminando descalzo a través de la extensa alfombra rojiza en la que me encuentro arrodillado.
— ¿Sabes? Ayer llegó mi pedido urgente, ni te imaginas las ganas que tengo por estrenarlo. —Me anuncia volviendo a su tono normal, mientras escucho el sonido de lo que parecer ser un plástico siendo removido.
¿Eh? ¿Pedido urgente? Típico de ella, desde que la conocí siempre ha sido muy impaciente, aunque, ¿de qué clase de pedido puede tratarse?
El hecho de pensar en la cuestión, hace que un gélido escalofrío recorra en segundos mi torso desnudo, dejándome la mente en blanco a espera de su siguiente movimiento.
—Ponte a cuatro patas y cierra los ojos, chucho. —Dice impaciente.
Nada más procesar sus palabras, mis músculos obedecen sistemáticamente. En ese instante, sus habilidosos dedos acarician mi ano sin previo aviso, untando en él una sustancia viscosa y espesa.
—Ahora sé bueno y no ladres. —Susurra sujetándome por las caderas con sus finas y suaves manos mientras introduce lentamente lo que sospecho que es un objeto cilíndrico y alargado en mi interior.
Cuanto más adentro está, mayor es la fuerza que ejerce mi miembro contra la infernal caja de metal que lo retiene. Llegado a un punto, el placer provocado por la nueva adquisición de mi ama se vuelve tan molesto que dejo escapar sin querer dolorido gemido. La inmediata respuesta de Victoria no se hace esperar y, al rato, dos contundentes azotes caen sobre mis nalgas, recordándome sus últimas palabras.
—Joder, chucho. Si vuelves a ladrar, te juro que llevarás puesta esa cajita de metal todo lo que queda de mes y, por ende, este será el único modo de recibir placer que te permitiré tener. —Me advierte volviendo a sujetarme por las caderas para comenzar una lenta penetración.
La respiración se me acelera conforme el artefacto es introducido una y otra vez a un incómodo ritmo constante. Por alguna razón, intentando evadirme de la desagradable sensación, me centro en el ruido que hace el candado que mantiene a la caja de castidad en su sitio, el cual va marcando la progresiva velocidad a la que estoy siendo sodomizado tras chocar con el metal después de cada embestida.
— ¡Eso es, perro! ¡Hoy tendrás un adelanto de lo que te espera este fin de semana!—Me suelta algo agitada.
Aceptando sus palabras, percibo cómo, pasada una cierta velocidad, aparecen en algún lugar de mi cerebro unas extrañas y agradables vibraciones.
¿Qué clase… de placer… es este?
Disfrutando como un crío de la nueva sensación, los brazos me flaquean y no tardo mucho en estampar mi frente contra la alfombra, oyendo como mi Ama rompe a reír.
—Vaya, vaya… Mira que cachorrito más débil, ¡pero si ya te has corrido y todo!—Exclama triunfante retirando lo que sea que me haya estado metiendo en el ano, haciendo desaparecer las vibraciones.
Conmocionado aún por el golpe, abro perezosamente los ojos para girarme y encontrarme con mi Ama portando, para mi sorpresa, una especie de arnés negro el cual sujeta en el centro de la cintura, un pene de plástico azul purpura.
—Antes de hacer cualquier pregunta, sé un buen perro y limpia tu desastre con la lengua, ¿entendido? —Pregunta desafiante.
— ¡Woof! —Ladro asintiendo, consciente de lo mucho que le gustan ese tipo de detalles.
—Eres un buen cachorro. —Me halaga dedicándome una genuina y a la vez perversa sonrisa
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