Jade by MisterEddy
Jade galopa como una pantera negra a lo largo del pequeño apartamento. Sus miembros tienen la definición, la forma ideal de una lámina de anatomía. Músculos que se aprecian fuertes, elásticos bajo la piel oscura y tersa, mientras gatea con ligereza por la estancia. MisterKhan, desde atrás, anima su carrera con secos varazos en sus muslos, ella protesta y gruñe. Entonces el dominante tira en corto de la cuerda que lleva al cuello y derriba a la joven africana, plantando una rodilla en su pecho. Le engancha una cadenita en la argolla que lleva en el septum, y así, tirando hacia arriba de su nariz, le hace reanudar la marcha ya más tranquila, felina, tragándose las quejas y el dolor de algún varazo ocasional. Por supuesto Héctor le ha enseñado a gatear sin arrastrar pesadamente las rodillas, sino solo con manos y pies, lo que le permite un trotar ágil, de eficacia animal, usando todo su cuerpo fino y musculoso para ello.
—Vamos a dar aquí la vuelta… —le dice en un murmullo, tirando de la cadena para hacerla girar mientras le aplica la vara en los muslos, donde ya se destacan rectas erosiones sobre la piel aterciopelada y oscura de la mulata.
Le encanta a Héctor ver contraerse y trabajar las nalgas erguidas y poderosas de Jade, sin un átomo de grasa, los músculos delineados de sus flancos, de los que emergen unos pechos pequeños, saltarines, colgantes ahora que va a cuatro patas pero afilados y respingones cuando está de pie. Le gusta ver en acción los largos y bruñidos muslos de la joven, sus brazos bien dibujados y sus hombros estrechos pero fuertes. Es un espectáculo ver trabajar ese organismo de perfección zoológica, lograr que jadee y brille por el esfuerzo. La golpea en las nalgas para provocar su rebelión, luego la controla tirando de la argolla en su tabique nasal, la abofetea en ambas mejillas y en la boca. La guía con tirones y golpes, le habla solo con susurros tranquilizadores, con frases cortas e imperativas. Agarra el cuello de la mujer y lo aprieta con fuerza, calmándola, luego le rasca la cabeza y palmea sus lomos húmedos y tensos.
—Muy bien, Jade; buen animal.
Ella no es de juegos bedesemeros, la bella africana. Ni las ceremonias le van, ni las formalidades; tampoco la cera o las cuerdas niponas… Ella es de metal, de heavy metal: argollas, grilletes, jaulas…, ¿será el morbo de sentirse prisionera en la sentina de un barco esclavista? También el cuchillo y la cadena le ponen. El metal frío, duro, que se clave bien, que se hinque en su carne de modelo, hecha de plástico fino. El dolor ni le gusta ni lo recibe bien, grita y es preciso atarla para que no se escape. Luego hay que golpearla fuerte, largamente, con la vara, o mejor aún con el látigo, hasta doblegar su resistencia. Queda entonces su cuerpo blando, pasivo, sudoroso; ya húmedos y disponibles sus agujeros…
Se han acabado finalmente los paseos por el apartamento. Como Jade grita y protesta sin parar, MisterKhan le mete un pañuelo de tela en la boca y lo fija con unas vueltas de cinta americana sobre sus labios brillantes y carnosos. Ahora resaltan más los ojos negros, rasgados, que lo miran con una furia más allá de cualquier juego. Dobla el cuerpo de la chica sobre una mesa de madera, dejando expuestas sus nalgas y su espalda sinuosa, y le ata las manos con los brazos bien estirados…
Héctor sabe que Jade es hija de un hombre de negocios —turbios, tal vez— español afincado en Malabo, y que llegó hace veinte años a España, en el vientre de su madre. Hace vida de top model, con sesiones de fotos fetichistas, siendo imagen de eventos…, pero no parece que tenga realmente que ganarse la vida. En Fetlife figura como switch, aunque de su lado sumiso no se conocen más que fotos muy esteticistas —hechas por el propio Héctor muchas de ellas— o alguna perfo más espectacular que real…
Durante un rato disfruta MisterKhan de la lucha de la joven hembra, de las convulsiones y coces con las que pretende evitar el impacto del ratán sobre sus nalgas… Luego, cansado, le ata los tobillos a las patas de la mesa, con las piernas abiertas. Aun así, se retuerce con tal fuerza que hace crujir la madera del mueble. Se centra entonces Héctor en los muslos de la africana, vareándolos sistemáticamente por la parte externa, interna y posterior; insiste ocasionalmente en las nalgas, dibujando rayas paralelas, si bien las marcas en la piel dura de Jade nunca le satisfacen del todo: mejor el efecto sobre la piel blanca, en la que resaltan la sangre recogida y los verdugones.
Poco a poco su resistencia física mengua, el cuerpo brillante por el sudor está menos agitado, aunque sigue gruñendo y dando gritos que, a pesar de la mordaza, se identifican a veces como insultos y palabras gruesas. MisterKhan ha cambiado la vara por un látigo árabe, corto, con el que cruza su cuerpo con un constante balanceo del brazo. Se ven finos rastros de sangre sobre la piel marrón… Alguna vez se detiene, le habla al oído y le acaricia los lomos húmedos y duros, o le abre la aromática raya entre las nalgas.
De su lado dominante, Héctor sí sabe que Jade es despectiva y borde, humilladora hacia las mujeres blancas menos guapas que ella. Por supuesto se presenta en las fiestas como una auténtica diosa, con sus peinados de fantasía, pómulos vertiginosos y aire de pantera. Altos tacones metálicos y cruz de esparadrapo en los pezones. Arneses fetichistas, catsuits, transparencias, cueros, látex, redecillas, botas hasta el muslo… Es idolatrada y adorada por todos los sumisos; y por muchos dominantes, ciertamente. Tampoco falta quien la acusa de ser dómina financiera…
Tiene una pelusilla negra muy recortada sobre el pubis marrón, sus labios, que ahora MisterKhan separa con sus dedos pulgares, son finos y muy oscuros. Así es más fuerte el contraste con la carne en su interior, de un rosa claro que se hace casi blanco hacia el fondo… Recorre con el dedo la fina marca de un latigazo que ha impactado en la entrada de la vagina, ahora caliente y viscosa, desde la que bajan gotas de flujo por los muslos o se desprenden y caen al suelo. Frota su clítoris y lo toma entre los dedos para sentirlo como un pequeño glande chato e hinchado. Ella gime, ya inmóvil y vaciada de su energía. Entonces Héctor agarra con fuerza las pulidas caderas de la joven y la penetra con un único empujón hasta llegar a su fondo.
Pantera negra, altiva diosa de ébano, top model africana… En manos de MisterKhan asoma otra mujer que quizá ni ella conocía, acostumbrada a la adoración constante de los hombres. Pero él no le pregunta nunca su opinión: directamente la fuerza a asumir el placer de la despersonalización, que quizá soñaba sin saberlo. No es su esclava, solo la castiga como a una esclava, la vacía de todo lo suyo hasta arrojarla al hoyo de un éxtasis insospechado.
Coge MisterKhan un corto rebenque de grueso cuero labrado y empieza a descargarlo rítmicamente sobre la espalda de Jade. Es su hábito más querido: acompasa cada brusca penetración en el cuerpo laxo, abandonado, de la mujer con un golpe entre sus omóplatos, en sus hombros, en sus flancos, en sus brazos estirados. Impactos del cuero que restallan en la piel bruñida y fina a la vez. Le ha arrancado la mordaza y así, con cada empellón, le vacía los pulmones haciéndole expulsar bocanadas de aire en roncos quejidos. Los golpes sobre el cuerpo rendido aumentan la excitación del dominante, que se acerca a la explosión final. Ha hurgado con el pulgar de su mano izquierda en el ano de ella, liso y tibio, hasta notarlo blando, ensanchado… Y ahora sustituye el dedo, sin contemplaciones, por su pene ya próximo al orgasmo. Ella grita, pero no le quedan fuerzas para retorcerse. La estrechez del nuevo agujero acentúa el placer; hay otra tanda de enviones atravesando su esfínter, unos últimos trallazos en la espalda enrojecida, y MisterKhan eyacula con un largo rugido que le viene de lo profundo de la garganta y del pecho.
—Hijoputa —grita Jade con voz de violada. Héctor ignora, y ni ella misma lo sabe, cuántos clímax llevará hoy la joven africana alcanzados.
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